Para muchos un titular de periódico como “Descubierta una civilización extraterrestre” sería uno de los hechos más excitantes, desafiantes y profundos de la historia de la humanidad.
Claro que lo más sencillo no es que una nave se pose en medio de la Zarzuela sino que nos llegue un mensaje. Ahora bien algunos científicos han llamado la atención sobre el difícil y extraordinariamente arduo trabajo que sería confirmar sin ambigüedad posible que realmente se trata de una señal cuyo origen sea una civilización extraterrestre: no es tan fácil como en Independence Day.
La prueba la tenemos en lo que sucedió en febrero de 1992, cuando dos equipos se dispusieron a jugar un peculiar juego de rol: simular el primer contacto entre seres humanos y extraterrestres. Los responsables de este juego era una organización sin ánimo de lucro llamada Contact, y el planteamiento era bien simple: dos equipos, uno humano y otro extraterrestre. El primero debía interpretar el mensaje del equipo extraterrestre, para el que había estado trabajando duramente durante un año.
El equipo humano, compuesto por unas 16 personas, estaba, además, unido vía correo electrónico con un gran número posibles consultores. Todo parecía listo, pero la primera transmisión, el primer contacto con una raza alienígena, se fue al traste. ¿El motivo? Los extraterrestres habían usado ordenadores PC mientras que los humanos usaban MacIntosh. A nadie se lo ocurrió incorporar el software necesario para poder pasar de un tipo de ordenador a otro. Todos aprendieron la moraleja: si nuestros computadores presentaban problemas a la hora de comunicarse entre sí, ¿qué otros inimaginables aparecerán cuando intentemos comunicar con extraterrestres de verdad?
¿Es la ciencia un lenguaje universal?
El dogma de fe de los científicos que buscan señales de civilizaciones extraterrestres, el llamado programa SETI, es que podremos llegar a entendernos porque la ciencia y las matemáticas son universales: los extraterrestres escribirá 2 + 2 de muy diferentes maneras, pero siempre será 4, y la ley de la gravitación universal siempre irá con el inverso del cuadrado de la distancia, sea cual fuere el lenguaje empleado.
Claro que este optimismo rayano en la euforia por la ciencia no lo comparten aquellos que no vienen de las ciencia duras. Ya a mediados de los años 1960 el historiador de la Universidad de Chicago William MacNeill puso nerviosos a los científicos al dudar abiertamente de la capacidad de los seres humanos para descifrar cualquier señal de origen extraterrestre debido a que nuestra inteligencia depende fuertemente del lenguaje, y los ET tendrán otro lenguaje sin puntos de unión con el nuestro.
Físicos y astrónomos defienden que el lenguaje común con ET es la ciencia. O dicho de otro modo, que cuando entremos en contacto seremos capaces de armonizar su ciencia con la nuestra. Ahora bien, ¿cómo determinar si tienen un lenguaje y una práctica científicas? Uno de los problemas todavía no resuelto en filosofía de la ciencia es cómo distinguir lo que es ciencia y de lo que no lo es. Por ejemplo, en Mozambique el pueblo Mbamba ha sido capaz de identificar entre los cientos de comportamientos del llamado pájaro-miel aquellos que el animalito usa para llevarles a donde están los panales de abejas. Pero para ello no han realizado ningún tipo de estudio científico, ni se han basado en el modelo hipotético-deductivo que usa la ciencia occidental. Ellos han llegado a ese resultado etológico por otro camino. Si esto ocurre en nuestro planeta, ¿cómo de extraño no será en otro? Y si no podemos distinguir qué es ciencia y qué no aquí, en la Tierra, ¿cómo hacerlo con una cultura con la que no tenemos nada que ver?
¿Somos capaces de entender un mensaje ET?
Esta devoción casi religiosa de físicos e ingenieros por una ciencia universal suele oler a cuerno quemado a filósofos de la ciencia, como le sucede a Nicholas Rescher. Cuando le preguntan sobre esta creencia la despacha como algo profundamente provinciano creer que existe un único mundo natural y una única ciencia que lo explica. Rescher considera que el universo es singular pero sujeto a muchas y muy diversas interpretaciones, e identifica tres condiciones que deben cumplirse para poder afirmar que la ciencia alienígena es funcionalmente equivalente a la nuestra. Primero, la formulación: sus matemáticas tienen que ser como las nuestras. Segundo, la orientación: deben estar interesados en el mismo tipo de problemas que nosotros. Y tercero, la conceptualización: deben tener la misma perspectiva cognitiva de la naturaleza que nosotros. Dicho de otra forma, la ciencia no es algo infuso, sino que está anclado en la forma en que percibimos el mundo, la herencia cultural, que determina lo que es interesante, y su nicho ecológico, que determina lo que es útil.
De ahí que incluso decir que una civilización extraterrestre es más avanzada que la nuestra es un error: para eso deben hacer un tipo de ciencia parecida a la nuestra. Rescher acepta que la ciencia produce un conocimiento único sobre la estructura de la realidad, pero niega que podamos equiparar la ciencia humana con una ciencia creada por seres radicalmente distintos. Los físicos Robert Rood y James Trefil lo han dejado meridianamente claro: “un libro de ciencias extraterrestre sería tan incomprensible para nosotros como el diagrama de la circuitería de una radio lo sería para un aborigen”.
A pesar de todo, supongamos que somos capaces de determinar que lo que hemos detectado es una emisión proveniente de otra civilización. ¿Entenderíamos algo del mensaje? No hay una piedra Rossetta para la comunicación con ET y vista nuestra incapacidad para descifrar lenguajes -muy terrestres- como el lineal A, el jeroglífico cretense, el de la civilización del Indo o el rongorongo de la isla de Pascua, pensar que vamos a tener mejor suerte con un idioma alienígena es ser muy optimista: las cosas no son tan fáciles como se le plantean al arqueólogo Daniel Jackson en la serie de televisión Stargate. Por poner un ejemplo, algo tan simple como la velocidad a la que hablamos, a la que generamos la información. En el caso del lenguaje humano se sitúa entre el canto de un pájaro y el de una ballena ¿pero cómo será el de los alienígenas? Saber a qué velocidad se habla es fundamental para entender las estructuras gramaticales. ¿Cómo podremos descifrar un mensaje si ni tan siquiera sabemos a qué velocidad hablan?