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El misterio de Drácula, ¿algo más que una oscura figura medieval?

Decía Paul Barber — investigador del folclore de los vampiros del Museo Fowler de Historia Cultural en la Universidad de California — que los vampiros “son el rostro del mal que se transforma siglo con siglo”. Un planteamiento interesante que parece resumir esa visión de lo maligno — y del monstruo — como un reflejo de la sociedad que le crea, le protege y le teme. Y no obstante el vampiro, como símbolo de esa aspiración elemental del hombre por la eternidad y más allá, de esa tentación del mal en Estado puro, parece incluso trascender a esa idea. Tal vez por ese motivo, el mito del chupador de sangre ha formado parte de los temores y misterios del hombre durante casi toda su historia. Un monstruo a su imagen y semejanza, una criatura capaz de reflejar lo que somos y también, lo que tememos ser.

Pero ¿Qué es un vampiro? Para la mayoría de la cultura es un mito, una criatura entre la leyenda y el enigma que metaforiza el temor del hombre hacia la muerte. Por centurias, el vampiro acompañó el hombre al límite de la conciencia cultural: desde las misteriosas mujeres vampiros Egipcias, que robaban a bebés recién nacido para beber su sangre y condenarlos al castigo eterno — los llamados Gules — hasta las larvae y las Lamia griegas, la figura del monstruo bebedor de sangre es común en todas las épocas. Casi siempre relacionado con el inframundo o la oscuridad, se le describe como asesinos y también como la “maldad con rostro humano”. No sorprende, por tanto, que la mitología del vampiro se extendiera en épocas especialmente aterradoras y sobre todo, en lugares donde el temor a la muerte forma parte de la cultura. En Europa, la primera huella histórica sobre el mito del vampiro proviene de Rumanía, en donde se le llamada Strigoï, una figura lúgubre a quien se le achaca poderes sobrenaturales y la capacidad para beber sangre de niños. En Albania, se le llamó Shtriga y Strzyga, todos derivados de la mitología romana. No obstante, la mitología del vampiro Europeo parece tener un alcance y sustancia propia: poco a poco la visión del monstruo sobrenatural que vuelve de la muerte para matar se extendió en todas las regiones de Europa del Este, especialmente durante los largos años de la peste y guerras locales. De nuevo, el vampiro representa ese afán por la inmortalidad, en momentos donde la fragilidad de la naturaleza humana parecía tan inevitable como evidente.

Drácula, de Bram Stoker: la consagración del Vampiro

Por supuesto, las leyendas sobre vampiros y otras criaturas similares forman parte de todo tipo de ciclos mitológicos alrededor del mundo. No sólo se trata de una mirada a la búsqueda de la inmortalidad a través de la visión escindida del bien y del mal, sino un análisis persistente sobre la naturaleza humana y su relación con violencia. Y Drácula — personaje inmortalizado en la novela del mismo nombre del escritor Bram Stoker publicada en 1897 — es quizás el símbolo más notorio de la intrincada visión de la cultura occidental sobre lo desconocido, la incertidumbre de la muerte e incluso, el erotismo. Detrás de lo que a primera vista podría interpretarse como una tradicional historia gótica, hay toda una poderosa visión del símbolo de la sangre como una forma de trascendencia — una idea tan antigua como persistente en diversas culturas — y también de la percepción de la violencia como una expresión de poder. También se trata de una revisión a la noción acerca de lo sobrenatural de una Europa recién liberada del oscurantismo, la superstición y el miedo cultural. Como obra, Drácula no sólo reflexiona sobre las usuales preguntas existenciales tan en boga en una época positivista sino que además, profundiza en cuestiones de profundo valor incidental para la comprensión intelectual de la época en que fue publicada.

¿Realmente Drácula fue Vlad el empalador?

Se ha especulado con frecuencia que el personaje de Drácula está basado por completo en la figura del Príncipe Valaco del siglo XV, Vlad el empalador. No obstante una revisión del texto sugiere que Stoker no sólo se basó en la siniestra figura del personaje histórico — y símbolo de poder rumano — sino también en diversas leyendas del folclore irlandés, para crear un híbrido intelectual entre ambas visiones del monstruo bebedor de sangre. El punto de vista de Stoker sobre el vampiro, parece más relacionada con la agresivo concepto de la sangre y la lucha contra la inmortalidad entremezclada con nociones de magia y brujería, que la simple percepción de una controvertida y oscura figura medieval. Para Stoker — que tenía un especial interés por el ocultismo y otros temas herméticos — era de especial interés revestir a su novela con cierto sustrato esencial sobre la reflexión de la vida y la muerte como etapas del ser y más allá de eso, una dimensión por completa nueva sobre la comprensión de la moral y lo sexual. Meses después de la publicación de la novela, se sugirió que la historia había sufrido todo tipo de censuras y revisiones, hasta llegar al manuscrito levemente edulcorado y con toques románticos que llegó al público y a las librerías. Una versión que Stoker jamás desmintió — tampoco confirmó — y que hizo correr ríos de tinta sobre las verdaderas intenciones del escritor con respecto a su historia más conocida.

De hecho, toda novela parece rodeada por un halo de fortuito misterio: El titulo original del primer borrador que Stoker entregó a su editor llevaba por título “El no muerto” — en referencia a la naturaleza monstruosa de Drácula — y era mucho más enrevesado que la estructura epistolar que más tarde adoptaría la historia. Resulta curioso que más de un investigador, ha encontrado pruebas consistentes que Stoker no parecía interesado en contar la historia del Príncipe Valaco, sino en realidad, concentrarse en la extrañísima visión de la vida, la muerte y el amor en la leyenda del vampiro. En 1998, la profesora del Memorial University of Newfoundland Elizabeth Miller, publicó un ensayo en el que sostenía — y probaba — que las notas de investigación de Bram Stoker para el libro, no indicaban que tuviera un conocimiento biográfico detallado ni tampoco muy amplio sobre Vlad III. Para el 2015, Miller amplió su hipótesis en el “A Dracula Handbook”, en el que analiza el hecho que Stoker no sólo no parecía especialmente interesado en analizar la vida y obra del Príncipe Valaco, sino que utilizó la mera posibilidad de su existencia para sostener una serie de ideas sobre la violencia que parecían sustentarse sobre la historia conocida sobre el héroe Rumano. Para Miller, era evidente que la mezcla entre la figura del Vampiro en el libro de Stoker y Vlad III fue un añadido posterior a la primera versión de la novela original. Y aunque la académica no llega a conclusiones sobre el motivo de Stoker para revestir a su personaje de cierto peso histórico, deja entrever que el escritor estaba mucho más interesado en los símbolos y supersticiones relacionadas con el vampiro que con la identidad de uno de las figuras preponderantes de la Europa medieval.

Los vampiros en el folclore irlandés: la leyenda de Abhartach y Cathain

Basados en las investigaciones de Miller, algunos historiadores sugieren que Stoker no se inspiró en absoluto en la brutal y retorcida vida de Vlad II para su personaje, sino que enteramente utilizó el folclore irlandés para crear la atmósfera malsana e inquietante que rodea al mundo del vampiro y su identidad como alegoría a lo sobrenatural. Hace unos años, el profesor de Historia Natural y Folclore de la Universidad de Ulster Bob Curran fue más allá y teorizó que la verdadera figura detrás de Drácula era algo más que una recombinación aleatoria de datos históricos incompletos y superstición. Para el académico, la percepción sobre la maldad y la bondad en la novela de Stoker tiene una clara reminiscencia pagana, lo que remite su origen a ciertos mitos irlandeses pre cristianos que no sólo asumen la figura del vampiro como heroína sino también, su trascendencia como parte de la historia rural de la región. En un artículo publicado en la revista History Ireland, el investigador sugiere que Stoker además, basó a su legendaria criatura en la vida y obra de Abhartach, un líder irlandés del siglo V conocido por sus hábitos violentos y sobre todo, por el hecho de utilizar la sangre con propósitos ritualistas y sacramentales. Para Curran es evidente que Stoker no sólo mezcló la percepción del vampiro como figura de talla histórica sino que también, sostuvo su personalidad y poder a través de los datos conocidos del violento líder.

Claro está, cualquier aproximación a la figura de Abhartach está oculta entre el velo del misterio y las escasas aproximaciones académicas que se han llevado a cabo para verificar la realidad de su existencia. En el siglo XVII, el historiador Geoffrey Keating publicó un registro pormenorizado sobre los hechos y vicisitudes de Irlanda durante al menos tres siglos e incluyó a Abhartach como parte del legado histórico del país. Fue la primera vez que el líder histórico fue considerado como algo más que una leyenda local. Keating fue más allá: lo identificó como parte de las guerras interinas de la región V y concluyó que no sólo se había tratado de un hombre real sino que además, ya por entonces era temido y considerado peligroso por su pueblo. El académico no incluyó entre sus investigaciones los rumores que apuntaban que Abhartach era un No muerto o una criatura eterna, pero dejó entrever que su pueblo le temía “por razones misteriosas y ocultas pero sobretodo debido su antinatural longevidad”.

Según las investigaciones de Keating — ampliadas en los años posteriores por relatos orales recopilados y analizados a la luz de sus conclusiones — Abhartach era un guerrero brutal que provocaba el terror no sólo entre sus enemigos sino incluso, su propio pueblo. Además, se aseguraba que tenía poderes mágicos y que bebía la sangre de niños y ancianos para “mantenerse lozano y con aspecto atractivo”. Aterrorizados por la maldad y la violencia de su líder, los miembros más viejos de la tribu pidieron a un guerrero vecino llamado Cathain, que lo asesinara. Se trató de un combate épico que se alargó durante casi una semana. Cada amanecer Abhartach, se retiraba a las cuevas antes de la llegada de la luz para “reponer fuerzas” y sólo al anochecer, volvía al campo de batalla. Finalmente Cathain consiguió matar a Abhartach clavándole una hoja de plata y oro y lo enterró de pie, como respetando su dignidad como líder. Según las leyendas y otras tradiciones orales, Cathain se asombró de la belleza aún en la muerte del líder asesinado y le hizo velar, para recordar “sus grandes obras a pesar de su crueldad”.

Es entonces cuando la historia adquiere tintes sobrenaturales y emparenta de manera directa con las leyendas folclóricas irlandesas: Un día después de morir Abhartach volvió de la tumba y atacó a su propia aldea. Mató a hombres y mujeres para beber su sangre y recuperar la energía. Aterrorizado, Cathain mató de nuevo Abhartach por segunda vez, pero de nuevo, el líder se levantó de la Tierra, enfurecido y sediento de sangre. Tanto el pueblo de Cathain como el de Abhartach huyeron de la figura del líder resucitado, que les perseguía durante la noche “para cebarse en la sangre y piel de quienes le habían traicionado”.

Aterrorizado por los poderes misteriosos de Abhartach, Cathain buscó el consejo de un sabio cristiano, quien le invitó a su biblioteca y le mostró libros en los que se hablaba de criaturas semejantes a la que se había enfrentado. El erudito le explicó además, Abhartach era un “No muerto” que debía ser asesinado con una espada hecha de tejo, antes de ser enterrado boca abajo con una gran piedra. Cathain siguió el consejo y finalmente, asesinó a Abhartach en una batalla se extendió “seis días con sus noches, en medio del terror de la sangre y el fuego”. Como conmemoración a la proeza, aún hoy, en la ciudad de Slaghtaverty, se recuerda el valor de Cathain en batalla. Pero también, la ferocidad “brutal y enigmática” de Abhartach.

La historia de Cathain y Abhartach fue contada como pieza literaria por Patrick Weston Joyce, en los tres volúmenes de su “The Origin and History of Irish Names of Places (1869, 1875, 1913), que se publicó doce años antes que Bram Stoker escribiera la novela que le hizo famoso. En el texto, Weston Joyce analiza las relaciones de poder y misterio en la tradicional historia de Abhartach y utiliza la palabra celta “dreach-fhuola” (que se traduce literalmente como sangre contaminada del gaélico irlandés) para referirse a su extraña naturaleza dual. Hay investigaciones que sugieren que en realidad el “Drácula” de Stoker no es más que una recombinación del término para adecuarlo a una mirada más sofisticada sobre la figura del vampiro. Y aunque nunca pueda probarse de manera definitiva el origen de la criatura literaria imaginada por Stoker, la figura de Abhartach permanece como uno de los misterios más sugerentes de la rica historia de Irlanda. Como si se tratara de una rarísima visión entre el poder y la trascendencia, la muerte y la inmortalidad.

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